Reflexión de Félix Felipe.
El
problema de los pobres siempre ha estado presente en la tradición viva de la
Iglesia, aunque hay que reconocer que la sensibilidad eclesial hacia ellos y la
forma concreta de abordarlo ha variado en las distintas épocas de la historia.
El siglo XX es el siglo en el que pone en marcha un movimiento de conversión al
pobre, y en tiempos del Concilio ya se hablaba de “la Iglesia de los pobres” y
a favor de los pobres (Louis-Joseph Lebret; Mons. Ancel, J. Dupont…), y
aparecen una serie de libros, que marcaron a muchos cristianos. He aquí,
algunos más leídos: “Los pobres, Jesús y
la Iglesia” de Paul Gauthier, 1964;
“Misión y pobreza” de Mons. Mercier y M. J. Le Guillou 1966; “En el corazón de las masas” de R. Voillaume
1957. En esta línea importante fue la frase del discurso del Papa Juan XXIII,
pronunciado (11-IX-1962), llamando a ser la Iglesia, “Iglesia de los pobres”: “Frente a los países subdesarrollados, la
Iglesia se presenta tal como es y quiere ser: como la Iglesia de todos y,
particularmente la Iglesia de los pobres”. Esta frase repercutió con fuerza
en Medellín y en la vida de la Iglesia latinoamericana. Se puede pensar que,
dada la importancia del Papa “ser Iglesia de los pobres” y la importancia que tuvo
el tema de los pobres en los debates conciliares, se le ha dado un lugar muy
modesto y de poco relieve en la Constitución. Pero la importancia de una
enseñanza, opina Dupont, no se mide por el número de líneas. El pasaje es
breve, pero tiene un gran valor y presenta lo esencial del mensaje revelado
sobre el tema. Hay unanimidad entre los comentaristas en señalar que el texto
fundamental es LG nº 8, inserto en el Cap. I, dedicado al misterio de la
Iglesia. Y, precisamente, cuando se contempla la corporeización institucional
de la Iglesia, LG recuerda a la Iglesia la necesidad de que sea pobre
precisamente para que pueda cumplir su misión, la cual está orientada a la
evangelización de los pobres.
Para
comprender mejor la perspectiva de nuestro texto será muy útil recordar las
etapas de su elaboración.
Al
primer esquema “De Ecclesia”, que fue elaborado por la Comisión preconciliar y
discutido del 1 al 7 de diciembre 1962, los padres Conciliares lo atacaron por
su silencio sobre los pobres; hay que destacar de manera particular la
intervención del cardenal Lercaro (6 de diciembre): “El misterio de Cristo en la Iglesia es siempre,
pero sobre todo hoy, el misterio de Cristo en los pobres”. Pues bien, “esta revelación esencial y
primordial está ausente en los esquemas entregados a los obispos. Esta ausencia
es preocupante, ya que no cumpliremos debidamente nuestra tarea, no tendremos
en cuenta con espíritu abierto el designio de Dios y la espera de los hombres,
si no ponemos como centro y alma del trabajo doctrinal y legislativo de este
Concilio el misterio de Cristo en los pobres”. Al final de esta primera sesión y lo largo de la segunda se elaboran
diferentes proyectos, especialmente por parte de los franceses. Entre estos
proyectos merece especial atención el de Mons. Ancel por su influencia que
ejerció en su elaboración del texto definitivo:
“Así como Cristo, para librar a
los hombres del pecado y de sus consecuencias, quiso asumir nuestra humanidad
con todas sus miserias, haciéndose pecado, no teniendo pecado (Jn 1, 14; Hebr
2, 17; 4, 15; Rom 8, 3, y existiendo El en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo tomando la forma de
siervo, hecho necesitado y obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2,
6-8; 2 Cor 8, 9; Hebr 5, 7-8; 12, 2); así también la Iglesia. Por lo cual la Iglesia se convierte en
sacramento de Cristo y se eleva como signo entre las naciones”
Lo que llama la atención
del texto y de todo el proceso de su elaboración es su enfoque cristocéntrico.
La cuestión de la pobreza es abordada únicamente desde una perspectiva
cristocéntrica. El Cardenal Lercaro insiste fuertemente en el hecho de que la
originalidad del mensaje cristiano respecto a los pobres sólo puede ser
entendido en la relación que existe entre pobreza y el misterio de Cristo:
“La práctica de la pobreza y la situación del pobre, según el
evangelio, no conciernen solamente a la conducta del cristiano y de la Iglesia,
sino también al misterio íntimo y personal de Cristo. No constituyen ellas un
capítulo de moral, muy sublime quizá, o la expresión de una filantropía tan
generosa como ineficaz, sino que son una parte integrante de la revelación de
Cristo sobre sí mismo, un capítulo central de la cristología. Para nosotros,
cristianos, la pobreza no es una simple cuestión sociológica, económica, moral,
filosófica; la manera con que el evangelio la presenta nos obliga a definirla
como un misterio en relación directa y esencial con la cristología, con Jesús
como Mesías y Juez escatológico”.
Gauthier
sigue desarrollando esta consideración en su mensaje al Concilio:
“La esperanza de
los pobres es, en primer lugar y sobre todo, el reencontrar a Jesús de Nazaret,
el Carpintero, viviente en su Iglesia, poder identificarle al reencontrar a la
Iglesia. Los pobres y los obreros no quieren una Iglesia que se dice Esposa de
Cristo y que se manifiesta como la gran dama, con pajes de honor que se hacen
llamar Señor, y se visten de lino fino y de púrpura y hacen ostentación, como
el rico de la parábola de Lázaro. ¿Cómo puede ataviarse una esposa y vivir de
manera distinta a como lo quiere y le gusta a su esposo? La adaptación
exterior, el parecido visible de la iglesia a Jesús de Nazaret, el Carpintero,
y por Él a todo el mundo del trabajo, el pueblo de los pobres y de los obreros,
este parecido exterior no puede manifestarse más que si, de antemano, la
Iglesia contempla a su Esposo en el realismo de su Encarnación redentora” (Los
pobres, Jesús y la Iglesia)
Para
justificar esta manera de actuar el texto conciliar hace valer el principio de
que debe existir un parecido necesario entre Cristo y la Iglesia, e insiste en
tres aspectos: A la pobreza de Cristo
corresponde la exigencia de pobreza en la Iglesia: “Como Cristo realizó la
obra de redención, en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada
a recorrer el mismo camino”. Cristo Jesús, “existiendo en la forma de
Dios…, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, y por nosotros se
hizo pobre, siendo rico; así también la Iglesia. Al anuncio de la Buena Nueva a los pobres
por parte de Jesús corresponde la exigencia para la Iglesia de conceder
prioridad a la evangelización de los pobres: “Cristo fue enviado por el
Padre a evangelizar a los pobres; así también abraza con su amor a todos los
afligidos por la debilidad humana, más aun, reconoce en los pobres y en los que
sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente”. Parecerse a Cristo es la
norma suprema de la Iglesia. Esta semejanza es necesaria, porque la Iglesia
continúa la obra de Cristo. Y también porque es propio de la Iglesia el
manifestar a Cristo al mundo y manifestarlo tal como Él mismo se manifestó. Es
necesario que en el rostro de la Iglesia puedan los hombres reconocer el
verdadero rostro de Cristo. Siendo signo de Cristo, la Iglesia ilumina al mundo
en la medida en que en ella resplandece la luz de Cristo. Esta manera de
considerar el misterio de la Iglesia a partir del misterio de Cristo es uno de
los rasgos más característicos de la Constitución; no había otra manera mejor,
ni más profunda de abordar el problema de la pobreza.
El acentuar este carácter cristológico de la pobreza,
es muy importante, ya que la pobreza no se reduce sólo acentuar los aspectos
sociales de la misión de la Iglesia respecto a los pobres, por cierto muy
necesarios, sino que se refiere, en primer lugar, a su ser mismo, como signo
del reino. Es esa la intuición de Juan XIII: “la Iglesia es y quiere ser…”,
desarrollada por el cardenal Lercaro en sus intervenciones conciliares, Mons.
Ancel y el mismo Concilio. Hoy es muy importante subrayarlo, porque puede darse
la tendencia a ver este tema, y creer que se atiende a la pobreza con un
Secretariado o Delegación Social. El tema es más exigente y apunta a una honda
renovación eclesial.
El problema de la pobreza se presenta en el Concilio
bajo dos formas diferentes, aunque relacionadas: Por una parte, debe imitar la
pobreza de Cristo y dar testimonio de la pobreza de Cristo, siendo pobre. Por
otra parte, respecto a los pobres ha recibido la misión de anunciarles la Buena
Nueva y el mandato de socorrerles.
I.- La pobreza de Cristo.
Al hablar de la pobreza de Cristo el pensamiento
cristiano suele sugerir la pobreza del nacimiento de Cristo, su vida de
Nazaret, su misión pública…Todo es real y cargado de sentido, pero el misterio
profundo de la pobreza de Cristo llega a su culmen en la cruz. Nadie como Pablo
ha explicado mejor la pobreza de Cristo tal como se nos muestra en la cruz. La
Constitución LG, queriendo ir a lo esencial, ha preferido atenerse a la
doctrina del Apóstol, citando Fil. 2, 6-7, donde se presenta a Cristo como
ejemplo: “El cual, teniendo la naturaleza de Dios,…se anonadó a sí mismo,
tomando la forma de siervo”, y a continuación cita la 2ª carta a los Corintios,
donde Pablo invita a los Corintios a imitar a aquel que por nosotros se hizo pobre,
siendo así que Él era rico”. La conducta de Cristo expuesta en Filipenses y en
Corintios ha de ser ejemplo al que han de configurarse todos los cristianos.
A).- Por nosotros, Cristo se hizo pobres. ¿De qué pobreza se trata? No se ha de reducir a lo
económico, sino que se trata de un sentido mucho más radical, como aparece en
Filipenses, apareciendo como la suprema manifestación y signo del amor de
Cristo por la humanidad. Y en este sentido se entiende que es lo que el Apóstol
quiere: que den pruebas de la sinceridad y autenticidad de su amor (“2ª Corint. 8, 8). Pablo presenta la
caridad de Cristo como norma de la caridad fraterna. Se trata de amar
efectivamente no la pobreza, sino a los hermanos que están en pobreza.
B).- Cristo se anonadó a sí mismo. A 2ª Corint. 8, 9 une la Constitución Fil 2, 6-8:
“El
cual, siendo de condición divina,
no
quiso hacer de ello ostentación,
sino
que se despojó de su grandeza,
asumió
la condición de siervo
y se
hizo semejante a los humanos.
Y
asumida la condición humana,
se
rebajó a sí mismo
hasta
morir por obediencia
y morir en una cruz”.
El texto de
Filipenses proyecta luz sobre el sentido y el contenido de la pobreza de Cristo,
de la que nos habla 2ª Corintios, y proyecta también luz sobre la pobreza a la
que está llamada la Iglesia, que no es una simple cuestión de ascética, ni de
oportunismo misionero. Es una cuestión de amor. Una Iglesia que ama no puede
ser más que una Iglesia pobre. La pobreza será el efecto y la manifestación de
su amor a los hombres, a la vez será el criterio de la autenticidad de su
caridad. La pobreza no es fin en sí misma, en sí no tiene más valor que el de
signo y prueba de su amor, que se entrega y comparte sin reservarse nada para
sí. La práctica de este amor generoso y desinteresado debe permitir a la
Iglesia repetir con Pablo: “Yo procuro agradar a todos en todo, no buscando mi
conveniencia, sino la de todos para que se salven. Sed imitadores míos, como yo
lo soy de Cristo” (1ª Corint. 10, 33)..
II. Cristo y los pobres.
La Iglesia
debe seguir los pasos de Cristo, que se hizo pobre por nosotros, también es
necesario que su actitud ante los pobres refleje la de Cristo, que quiso
presentarse ante el mundo como el Mesías de los pobres. Esto es lo que expone
el texto conciliar. Se nos recuerda, en primer lugar, que Jesús mismo ha
definido su misión como el cumplimiento del oráculo del profeta Isaías que
anuncia la venida de un mensajero con la misión de “anunciar la Buena Nueva a
los pobres”. Con esta definición relaciona LG otra: aquella en la que Jesús se
declara haber venido “para buscar y salvar lo que estaba perdido”. Finalmente,
termina con la descripción del juicio final en el que considera como hecho a sí
mismo lo que se hubiere hecho a los desgraciados, a los más pequeños de los
hermanos.
A).- Anunciar la Buena Nueva a los pobres. Este discurso según Lucas constituye e indica en
cierto modo el programa de la predicación de Cristo, y define los puntos
esenciales. Es un texto de Isaías quien le suministra luz para comprender la
misión de Jesús (Is. 61, 1-2):
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar a los pobres la Buena Noticia de la
salvación;
me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y
a dar vista a los ciegos;
a liberar a los oprimidos
y a proclamar un año en el que el Señor concederá su gracia” (Luc 4,
18-19)
La salvación
concierne específicamente a los pobres y a los que sufren. Unida a esta misión
se sitúa la respuesta que da Jesús a los enviados por Juan el Bautista: “Eres
Tú el que ha de venir?”
“Id y
contad a Juan lo que habéis visto y oído:
los
ciegos ve, los cojos andan,
los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen,
los muertos resucitan, los pobres son evangelizados”
(Luc 7, 22).
De todos los
signos el rasgo más significativo por el que quiere hacerse reconocer es “el
anunciar la Buena Nueva a los pobres”. ¿En qué consiste la Buena Nueva? En el
establecimiento del reino. El anuncio de la venida del reino es Buena Noticia,
de manera especial, para los pobres y para los que sufren, porque ellos son los
primeros beneficiarios de este Reino. ¿Por qué causa son los beneficiarios del
Reino? Jesús al presentarse, dirigiéndose de modo directo a los pobres, se
revela como el Heraldo del Reino, como el enviado, que manifiesta la justicia y
la misericordia que caracterizan el ejercicio de su realeza. Según esto, la
evangelización de los pobres adquiere así su valor de signo. La misión de la
Iglesia continúa la de Jesús y asegura así su presencia permanente en el mundo.
La Iglesia debe brindar al mundo el signo mesiánico, al mismo tiempo que debe
hacerle tomar conciencia de la naturaleza del reino. El signo, que la Iglesia
ha de dar al mundo, no puede ser diferente del que Jesús mismo ha dado al
declararse como enviado de Dios para traer la Buena Nueva a los pobres.
B).- Buscar y salvar lo que estaba perdido. Una segunda definición de la misión de Jesús en
otra perspectiva: Ha sido enviado para “anunciar la Buena Nueva a los pobres”;
ha venido también para “buscar y salvar lo que estaba perdido” (Luc. 19, 10). Este
texto es respuesta a la crítica de los fariseos por ir a hospedarse Jesús a
casa de Zaqueo. La prerrogativa de los pobres no es exclusiva. Aparece como un
caso significativo en un conjunto más amplio: todas las miserias físicas y
espirituales conciernen a la misión de Jesús.
La Iglesia
encargada de continuar la misión de Cristo no deberá restringir su solicitad
únicamente a los pobres a quienes tiene la tarea de evangelizar. Los pecadores
deben ser también los predilectos. No se les puede abandonar ni despreciar. La
misericordia de Dios debe abrazar a todos.
C).- Es a mí a quien lo habéis hecho. En evangelio de Mateo se manifiesta la extrañeza al
ver que lo que se ha practicado o no practicado con relación a los desgraciados
se lo han hecho al mismo Cristo. Con lo que se muestra la estrecha relación
entre ambos. La razón que le permite atribuirse lo que se hace a los
desgraciados, Él mismo lo explica llamándoles “sus hermanos”, y lo son precisamente en razón de su miseria. He
aquí por qué lo que se hace a los pobres le atañe personalmente, aunque no se
pensara en Él o no se le conociera: son sus hermanos, y eso es suficiente.
Después de la
pasión, tenemos una de las mayores razones para descubrir un vínculo entre
Cristo y los pobres: la condición de pobres y la de los que sufren hacen de
ellos la imagen viva de Cristo pobre y sufriente. Para salvar a los hombres,
Cristo ha renunciado a su forma de Dios tomando la forma de esclavo; para
liberarnos del pecado ha tomado sobre sí las consecuencias de nuestros pecados,
“se ha hecho pecado por nosotros” (2Corint. 5, 21). Los pobres, soportando el
peso del pecado y del egoísmo de los hombres, reflejan en sus rostros doloridos
el sufrimiento de Cristo cargado por nuestros pecados. Víctimas de las
injusticias, ellos comparten con Cristo la maldición del pecado; de esta forma
ellos son, en medio de nosotros, para siempre, los testigos de la cruz
redentora.
Según esto, no
es posible amar verdaderamente a Cristo sin amar también a los pobres, sin
acudir en su socorro, sin ponerse humildemente a su servicio, sin tomar parte
en sus sufrimientos. La Iglesia de Cristo no puede tener deseo más querido que
el de compartir con ellos todo lo que ella tiene: los bienes temporales de los
que ella puede disponer, pero además y sobre todo la riqueza del evangelio.
Ella ha de abrirse a ellos lo más ampliamente posible, acogerles y asignarles,
en comunidad fraterna, el puesto de elección que les corresponde por ser la
imagen de Cristo crucificado por nuestros pecados.
Conclusión.
Hemos
contemplado el misterio de la pobreza tal como ha sido revelado en Cristo, que
se hizo pobre por nosotros, y en la misión para que Dios le envió a los pobres:
anunciarles la Buena Nueva. Centrándonos en san Pablo y en las palabras de
Jesús, hemos constatado que en su realidad profunda el misterio de la pobreza
es un misterio de amor divino, misericordioso y compasivo.
1º.- Cristo
eligió ser pobre por nosotros, compartiendo las consecuencias del pecado hasta
el despojo total y supremo de la muerte en la cruz. Esta pobreza no la ha
querido por sí misma, sino por los hombres a quienes quería salvar; al
anonadarse a si mismo nos ha mostrado la medida de su amor. La Iglesia ha de
testimoniar ese amor de Cristo que le llevó a hacerse pobre por medio de su
palabra y de su vida, compartiendo sus miserias y sus sufrimientos y las
consecuencias del pecado. La Iglesia ha de seguir los pasos de Jesús.
2º.- Jesús se
presenta a sus contemporáneos como el mensajero enviado para anunciar a los
pobres la Buena Nueva del Reino; su solicitud hacia los pobres, desgraciados y enfermos era signo de que se
cumplían las promesas de los profetas.
La solicitud
de Jesús crea entre Él y los necesitados un vínculo de solidaridad tan estrecho
que los llama hermanos y declara que lo que se hace a ellos se le hace a Él. La
Iglesia no podrá olvidar estas enseñanzas. Su misión continúa la de Cristo;
concierne a los pobres por prioridad y por su peculiaridad específica; y es con
este signo con el que debe aparecer al mundo como una misión de amor, una
manifestación del amor compasivo de Dios ante aquellos que sufren. Ella sabe
que no es posible amar realmente a Cristo sin amar a los pobres, sus más
humildes hermanos y los más queridos, y que es de su amor a los pobres sobre lo
que será juzgada.
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