"Me han encontrado los que no me buscaban, me he manifestado en los que no preguntaban por mi" (Rom 1, 18; 10, 20)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

LA IGLESIA Y LOS POBRES EN EL CONCILIO VATICANO II


Reflexión de Félix Felipe.

El problema de los pobres siempre ha estado presente en la tradición viva de la Iglesia, aunque hay que reconocer que la sensibilidad eclesial hacia ellos y la forma concreta de abordarlo ha variado en las distintas épocas de la historia. El siglo XX es el siglo en el que pone en marcha un movimiento de conversión al pobre, y en tiempos del Concilio ya se hablaba de “la Iglesia de los pobres” y a favor de los pobres (Louis-Joseph Lebret; Mons. Ancel, J. Dupont…), y aparecen una serie de libros, que marcaron a muchos cristianos. He aquí, algunos más leídos: “Los pobres, Jesús y la Iglesia” de Paul Gauthier, 1964; “Misión y pobreza” de Mons. Mercier y M. J. Le Guillou 1966; “En el corazón de las masas” de R. Voillaume 1957. En esta línea importante fue la frase del discurso del Papa Juan XXIII, pronunciado (11-IX-1962), llamando a ser la Iglesia, “Iglesia de los pobres”: “Frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y quiere ser: como la Iglesia de todos y, particularmente la Iglesia de los pobres”. Esta frase repercutió con fuerza en Medellín y en la vida de la Iglesia latinoamericana. Se puede pensar que, dada la importancia del Papa “ser Iglesia de los pobres” y la importancia que tuvo el tema de los pobres en los debates conciliares, se le ha dado un lugar muy modesto y de poco relieve en la Constitución. Pero la importancia de una enseñanza, opina Dupont, no se mide por el número de líneas. El pasaje es breve, pero tiene un gran valor y presenta lo esencial del mensaje revelado sobre el tema. Hay unanimidad entre los comentaristas en señalar que el texto fundamental es LG nº 8, inserto en el Cap. I, dedicado al misterio de la Iglesia. Y, precisamente, cuando se contempla la corporeización institucional de la Iglesia, LG recuerda a la Iglesia la necesidad de que sea pobre precisamente para que pueda cumplir su misión, la cual está orientada a la evangelización de los pobres.
Para comprender mejor la perspectiva de nuestro texto será muy útil recordar las etapas de su elaboración.

Carta de Lucio Y MAÑANA NAVIDAD. RENACER CON EL QUE NACE


Se ha cumplido el tiempo. Muchas de las esperanzas que pusimos en este Adviento del 2012 se habrán cumplido. Otras tendrán que esperar algún tiempo o esperar tiempos mejores. Es posible que muchos, especialmente los pobres y cuantos sufren, hayan de seguir esperando contra toda esperanza. El Concilio, del que estamos celebrando el 50 aniversario, dejó para la historia y para la tarea esta frase inspirada sin duda por el Espíritu del Señor: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar”. G.S. 31. ¿Quién lo hará? ¿Qué esperanza les es posible a los pobres de la tierra? ¡Como debiéramos los creyentes implicarnos en las grandes causas de la humanidad, y poner en ellas un poco de esperanza!

Tú y yo somos también personas de esperanza y de esperanzas. Sin duda Dios nos ha bendecido ya con el cumplimiento de alguna de ellas. Piénsalo. Si dicen que todo niño viene a este mundo con un pan debajo del brazo, este Niño que ahora nos nace no va a ser menos. ¡Nos trae tantas buenas nuevas! ¡Él es la Buena Noticia de Dios! Tenemos todo un año por delante para irlo saboreando. Estos días, en medio de los cantos, fiestas, música y villancicos, regálate momentos de silencio para escucharte a ti mismo o a ti misma y ver qué esperanzas se han ido cumpliendo y cuáles están en tu horizonte próximo. Escucha en el silencio tus esperanzas cumplidas (“¡en medio del silencio el Verbo se encarnó!”), y si hubo en ellas presencia de algunas personas que ayudaron a su realización, ¡dales las gracias! Puede ser la buena noticia para ellos esta Navidad.

Y por fin, sal de ti, no te encierres en ti misma o en ti mismo. Porque tienes capacidad y valores para poner esperanza, gozo, aliento, paz y serenidad en otros. Tienes una sonrisa preciosa. Unas veces serás tú quien te acerques a una persona o situación. Otras serán ellas quienes te gritarán, desde su dolor e indigencia, que necesitan de ti. Y esas esperanzas no quedarán defraudadas, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.

A las puertas del misterio de Belén, aprovecho la ocasión para decirte desde esta carta, a ti y a los tuyos: ¡Feliz Navidad de Dios en vuestros corazones!

Carta de Lucio Adviento 2012. AQUELLA IGLESIA DEL CONCILIO


Celebramos hoy el Día de la Iglesia Diocesana, una de las novedades eclesiológicas del Concilio Vaticano II, del que estamos celebrando el 50 aniversario de su inauguración. Bien venidas sean estas “Bodas de Oro”, si nos animan a retomar “el amor primero”, es decir, aquella ilusión que el Concilio puso en muchos de nosotros, y que hoy anda un tanto defraudada. La de aquellos años del postconcilio en los que se formó y ordenó mi “generación perdida”.

La Diócesis es una porción del Pueblo de Dios del que Cristo es la cabeza, cuya condición es la libertad y dignidad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo. Tiene por ley el mandamiento nuevo del amor, y como fin el dilatar más y más el Reino de Dios. De este Pueblo se sirve Cristo como de instrumento de la redención universal, y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra. Y no hay miembro alguno que no tenga parte en la misión de Cristo. Eso dice el Concilio.

En este Pueblo de Dios, expresión relegada al olvido, el Espíritu Santo derrama, con abundancia y gratuidad, todos sus dones y carismas, que se posan y reparten, como Él quiere, sobre la comunidad de los que han sido configurados con Cristo en el Bautismo, unción y dignidad ontológica mayor de la cual no hay ninguna otra, y en la que cada uno, con el don que ha recibido, se hace siervo por amor de los demás, a imitación del único Maestro y Señor, que no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida por todos, con una preferencia entrañable hacia los pobres y pecadores.

Un solo cuerpo y un solo Espíritu, una misma esperanza, un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios Padre de todo y de todos. Ésa es la Iglesia de todos los tiempos.

En el lenguaje eclesiástico, cuando un obispo va a una Diócesis, se dice que “ha tomado posesión de la Diócesis”. En correcto espíritu conciliar debiera decirse que “la Diócesis ha tomado posesión de su obispo”.

Dice un amigo mío, cargado ya de años de servicio a nuestra Diócesis, y cargado también de sabiduría y bondad, que no cesa de dar gracias a Dios por su primer destino de cura en un pueblo. Allí, aquellas buenas gentes le hicieron cura, aprendió de sus penas y alegrías, de los vetustos libros parroquiales, y hasta de las visitas al cementerio, que “la parroquia eran ellos”, que ellos eran y seguirán siendo, la Iglesia de Cristo, y él un enviado a quererles y servirles lo mejor que supiera. Que allí estaban ellos cuando él llegó, y que, cuando él se fué, la parroquia siguió allí, como lo estaba desde hacía siglos, y que de sus años en aquel bendito lugar quedaría lo que amó y lo que sirvió, y el testimonio humilde que pudo dar de su Señor Jesucristo y de su buena noticia para los más pobres y necesitados. “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. Por los años que hace que pasó aquella etapa, y por los años que hace que conozco a mi ya anciano amigo, puedo decir que Dios le ha mantenido en aquel amor primero y en aquella radical actitud de servicio humilde. Hombres santos como él dan su vida y dan vida a las comunidades, a la diócesis y a la Iglesia. Ojalá esa lección la viviésemos todos, obispos y curas, y el Espíritu siguiese rompiendo, como hizo el Concilio, los viejos esquemas de una iglesia pirámide para entrar por la puerta de una Iglesia toda elle Pueblo de Dios, servidora y pobre