Antonio
Calvo. Zaragoza 10-09-2012
Estamos
inmersos en un profundo mar de injusticias. Nada nuevo. Aquí y allí se van encrespando
las circunstancias y borrascas de indignación levantan rachas de vientos enfurecidos.
Son síntomas de un malestar general y creciente, pero no parece que golpeen
ningún punto crucial del desorden establecido.
A mis años,
no creo posible un cambio social, sin un cambio personal. Estarnos en una guerra
no declarada, pero muy planificada, y me parece una ingenuidad, lamentable, pretender
desmontar este desorden con pataletas y chispazos reactivos, aunque sean muy
comprensibles. Sin una permanente revolución personal, una conversión que nos lleve
a un empeño incesante de transformación social, tenemos la guerra perdida por mucho
tiempo. Los mercaderes se han organizado muy bien, y no van a dejar perder sus privilegios
fácilmente. Por otra parte, el afán de propiedad y de poder, el individualismo,
el egoísmo, en todas sus formas, no es patrimonio de los poderosos triunfantes,
de los que se han llevado el gato al agua. Muchas víctimas del desorden son también
víctimas de conciencia de este desorden establecido, lo llevan como un cáncer, silencioso
e invasor, en sus deseos. Anhelan el bastón de mariscal, ser poderosos.
Mantengo la
convicción de que la única alternativa al desorden: individualista o colectivista,
es una búsqueda firme, fiel, no violenta, pero dispuesta a dejarse la vida, estratégicamente
bien planteada, de la fraternidad universal. Es algo irrenunciable. Durante
millones de años de selva y otros de ojo por ojo, cansados de tanto tuerto, hemos
ido aprendiendo que no hay otro camino. Pero, nuestras miserias, y el sometimiento
a las miserias de miserables más poderosos, nos· han llevado al callejón sin
salida en el que estarnos instalados.
La
alternativa, una vez más, es tomar partido: poder para servir, a la dignidad
personal y universal de cada uno de los hombres -varones y mujeres-, para ir
poniendo en pie los derechos humanos, sin manipulaciones; o, poder para
someter, para pisotear a las personas. No hay esclavitud, si no hay esclavos.
Siempre es tiempo de insumisión. Las injusticias que no se combaten, todas,
acaban haciendo imposible la paz, la verdad, la belleza, la universalidad del
bien. Todos somos responsables del desorden en la medida de nuestro poder. Es
menester luchar, pero sin olvidar que, sin misericordia, no hay justicia.
El único
partido a la medida de nuestra dignidad personal es la fraternidad, universal. ¿Por qué no dejarnos de abanderar
intereses partidistas? ¿Por -qué no optamos con firmeza y coraje por desalambrar
nuestras conciencias? Cada cual debe responder. La tarea es dura y de fondo.
Nada mejor será posible sin una estrategia de amor, es decir, sin buscar
nuestro bien a través del bien de los demás, de todos. La política y la ética
no deben separarse, si queremos que ignorantes y mercaderes
desaparezcan de la organización de este mundo.
Como creo
que el movimiento se demuestra andando y que la verdad del hombre es lo que
decide hacer, propongo otra posibilidad a la huelga: compartir el trabajo con
quien no tiene:
- En la Sanidad, el que ocupa dos empleos, en la pública y en la privada, o hace peonadas, que renuncie a uno de ellos, y a las peonadas, con la condición de que su lugar lo ocupe una persona cualificada para realizarlo, preferentemente joven, en paro.
- En la Enseñanza, quien tenga más de 55 años, y no tenga que pagar vivienda, ni otras necesidades básicas, ni hijos u otras personas a su cargo, que renuncie al 30% de su jornada laboral, con la condición de que estas tareas las realicen jóvenes cualificados en paro.
Son maneras
modestas de romper, desde dentro, lógicas inaceptables basadas en criterios
económicos mal orientados desde el punto de vista humano, como: más alumnos por
clase, más horas de trabajo, menos sueldo.
Me parece
necesario ir creando una cultura de la desapropiación, del compartir, del vivir
bien con lo suficiente, de aprender a vivir en un mundo en paz fruto de la
justicia que proviene de la fraternidad. Disfrutar de no estar rodeados de
excluidos, de explotados, de parados, de ambiciosos, de consumidores
compulsivos, de amedrentados.
Creo que
estas actitudes no violentas son más capaces de derribar a los poderosos sin escrúpulos,
que se crecen y justifican, sin embargo, en la
competitividad, en la rivalidad, en la
desunión y en el miedo que provocan.
Creo, así
mismo, que los sedicentes ·cristianos, o los sedicentes socialistas, o
cualquier creyente en las personas o en Dios, tienen una gran responsabilidad
en estas transformaciones necesarias.
Sin
anuncio, es decir, sin vivir fraternalmente, la denuncia es sólo hipocresía. La
actitud reivindicativa, sin más, me parece cómoda e inútil. Sí queremos romper
este desorden basado en el egoísmo y la rivalidad, no veo otro camino que ir
creando una cultura personal y social del compartir. Este anuncio se
irá convirtiendo, frente a políticas serviles y desorientadas humanamente, en
la mejor denuncia.
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